Esos sueños tan reales

Aquella mañana me levanté sobresaltado, había dormido casi 4 horas y estaba, todavía, bajo los efectos de la somnolencia, terminé de desperezarme cuando mi teléfono celular sonó de repente.
Como siempre verifique su destino en el visor, pero no lo encontré registrado en mi agenda, decidí cortar y esperar un próximo llamado. Sorprendido me acomodé en la cama al tiempo que trataba de reconstruir, debido a aquello estaba siendo cómplice simplemente, el peculiar y excitante sueño que me había divorciado del descanso. La escena me dispuso, a mi entera observación, una joven solitaria en una especie de librería exhibición.
El protagonista era yo, pero llevaba un aspecto diferente, bañado en rojo tanto los pantalones como la remera, con el pelo ligeramente más largo, arreglado y lacio, en mi tono de voz sobresalía el pronunciar de las consonantes, y mis expresiones intentaban ser modernas y ostentosas. Yo mostraba una personalidad más atrevida e impulsiva, lo suficiente como para acercarme a ella sin haber acusado pretextos, pero sin duda era yo, el rostro y el físico lo evidencian, en una extraña faceta, al encuentro con una solitaria y callada joven.
Aquella estaba sola, sentada en uno de esos sillones modernos que suele haber en las exhibiciones, ojeando un libro con dibujos dispuesto entre los anaqueles. Su rostro no mostraba expresión alguna y era notable su aburrimiento. Me acerqué y la saludé, miró hacía atrás como para descifrar a quien iba dirigida la cortesía, y corroboró que estábamos solos, me contestó tímidamente al tiempo que trataba de adivinar mis intenciones, sin embargo no expresó disconformidad aparente.
Ella era hermosa, delgada y sofisticada como las hay pocas. Su forma madura de vestir evidenciaba buen gusto, aparentaba tener unos 20, y sinceramente no encontré explicación de porque estaría sola en ese lugar, pero me propuse no dejar pasar la ocasión de conocerla. Le sonreí provocativamente y en cuanto me respondió la gentileza, me senté a su lado. Su pronta incomodidad giraba en torno a mis evidentes necesidades por conquistarla, sin embargo no despegó sus ojos de los míos. Tomé la aventurezca decisión de romper el hielo, recoger aquel libro de dibujos y mostrar simpatía por el mismo, al ver que no obtenía respuesta, adiviné que poco y nada se hallaba interesada en este.
Mi mente reaccionó de manera efectiva, ya no podía volver a atrás por lo que insistí con aquello. Comencé a dar una explicación poética del dibujo de la tapa, del porque de las imágenes, y otras tantas alabanzas. Intentaba, era notorio, corregir el error que previamente había cometido. Su rostro cambió de expresión, quizás mi forma de hablar haya servido de estímulo, noté que mis palabras le llegaban y sus ojos aburridos mostraron un brillo de interesados. Sostuvo el libro, lo contempló un largo rato y soltó su opinión al respecto, su displicente verborragia me desconcertó, no imaginaba tanta sensibilidad, lo que podía verse de ella encajaba perfecto con esa forma amable de expresarse.
El resto de la noche fue un desinteresado compartir de anécdotas, pude recordar coqueteos inocentes al hacerlo, pero que fueron interpretados cómicamente, atrás había quedado ese prejuicio tonto acerca de mis intenciones por conquistarla, pero llegaba la hora de separarnos y mis objetivos no estaban todavía cumplidos, me negaba a dejarlo así y le pedí un apresurado beso. Ella se ruborizó de repente, su rostro mostraba inseguridad e incertidumbre, quería irse, pero algo la detuvo, como para remediar su incomodidad miraba ahora hacía otro lado intentando mostrar indiferencia, yo seguía insistiendo con la mirada, me lo negó, estratégicamente me levanté y le sonreí, le agradecí el haber compartido conmigo aquella charla y le expliqué, sinceramente, que mis impulsos intentaron canalizar ese intercambiar de sensibilidades, sin haberme disculpado por aquello, me retiré como un muchacho moderno creería conveniente, ella me miraba atónitamente, no me respondió de manera aparente y aquello se perdió en la más habitual de las nadas. Posteriormente recuerdo haberme hallado extraño y solitario, el realismo en escena fue tan desmedido que tuve miedo, algo que no me pasa a menudo y menos aún bajo estas circunstancias, de estar enamorandome. Cuando todo se volvió difuso dejé intacto, sin quererlo, aquel recuerdo sin precedente. Me levanté y mientras buscaba la reflexión mi celular dio el primer timbrazo que me despabiló. Ahora sonaba nuevamente y, para mi sorpresa, una mujer me contestaba, yo estaba anonadado, como olvidar ese tono, les parecerá increíble pero es cierto, era de mi chica soñada que se reía y cortaba.