Días de radio

Húmeda y suave ha de ser tu langosta como el pelo que la oscurece. Perfecto vientre voy a ver si los ojos son pocos apenas con poseerlo. Es que hago mi orgullo ante ti y tú no lo niegas. Haces mío el legado de sonrisas en la mañana, el recuerdo de tu olor y esos azules de terciopelo que extrañe horrores.
La banda que tropicaliza tus formas acechan mi consuelo. Es que me veo con tanta desconfianza que atino al suelo, ya pues acaso te interesa el envase menos que mis métodos y mi silencio.
Que tonta y perspicaz sos que todo lo vivimos al límite, siendo la soleada maravilla de esta vida cuando te tomo por detrás y sueño que te beso.
Ahora ya se de que se trata tu agonía, tan mía no completa todavía. Solemne estirada sobre mi cansada astucia, es que veo los toscos abrazos cañaverales. Puesta en escena la sencillez, siempre y con la frente en alto, el esquivar de tus ojos y los cachetes sonrojado como ha de ser.
Asústame con esas piernas que perdonaré todo, y aunque cambies recordaré como ninguno, aquel exterior que endulza tus tristezas.
Intentando despegar, es que me despido de la palabra, pero pretendo honrar mi vida con atisbos multicolores, pues pronto llegará el día que todos comamos de nuestros perdones.

Otoño con olor a verano (futuro)

Propongo, y con esto dialogo con ustedes al respecto, comenzar sin ser pretérito, y en una ventisca de cultura salvarse para ser uno más de los que deambulan por el desierto que nos queda a saber.
Que lloramos no es novedad, y en su periplo el hombre confiesa sus pecados siendo pagano, creyéndolos muestras de fe por miedo y culpa, cuando inescrupuloso apunta con el dedo a aquellos que le recuerdan a si mismo. Con la crueldad que nos caracteriza somos violentos e ignoramos lo que nos resulta incomodo, por prejuicio. La cadena de peyorativos se hace mayor al escepticismo que nos sugiere la ceremonia que caracteriza a las relaciones sociales. Aumentan con la edad y se pincelan, a su antojo, por las mismas personas que intentan representar las clases sociales.
Somos pobres y reconocerlo es ser artista, el tipo de arte de culto que ingresa lento. Quizás enterrados seremos en la cúspide de lo que lograremos, quizás nunca, alcanzar. Vivimos una historia de la que pretendemos tenga principio nudo y desenlace, pero somos incapaces de determinar que espectro cubre nuestras cabezas, llenándonos de expectativas al acecho, de cursos interminables de excusas, y nuestro pasado por lo que seremos recordar.
Hermanados nos encontraremos cuando tengamos noción del precio que valemos. Nos ganaremos la honestidad del otro cuando reconozcamos que somos de carne y no de fierro, y que el preciado don de la vista es tan finito como indescriptiblemente eficaz y magnifico. Tomar conciencia es invadirse de mentiras en mayor proporción. Llenarse de escrúpulos es articularse las mañas. Contar nuestra vida es anticipar nuestros triunfos en vano no queriendo aceptar que necesitamos ayuda. Hablar de la libertad nos encarcela en las palabras misma que la identifican en la historia. Seamos tontos por ser nosotros mismos. El silencio de muchos puede matar al piadoso y será el encargado, por evolución, de naturalizarnos nuevamente. Pensar en plantar bandera por descansar es ser cruel con el destino esencial por el que vamos y fuimos. Dejemos el ojo de vidrio a un costado al menos por un tiempo. Comer ansias y vivificarse de problemas puede ser la solución a nuestras infinitas incógnitas. No creer en los placebos, que nuestro andar desconfía, por infringir la norma que los prohíbe en detrimento a la razón última de justificarlo como métodos desinhibidores o aclaratorios. Dar demasiadas explicaciones es para los débiles de personalidad que quieren descubrir la rebeldía que intentan justificar. Seamos ágiles y aceptemos que la felicidad se mide por status, arbitrariamente y en cantidades abundantes, y se compra con monedas cada vez más chicas. La suerte está echada, y forma parte de nuestras cualidades hacer a nuestro favor el lado de la moneda que nos favorece.

Ser o no ser

La simétrica sonrisa se reprodujo en los corazones helados de la gente de ese grupo, que por saberse moderno se vio desprovisto de una originalidad aparente, latente cuando debería y a la espera de mostrarse superficial en todo sentido. Unos a otros se miraban bajo la funesta mueca que se acostumbraba expresar. Rebeldes para la ocasión o simplemente uno más de los típicos mitos incurables que la sociedad moderna nos sabe manifestar. Mitos al fin porque tienen quien los alimente.
Estoy yo parado viendo como poder desenroscarme la soga que intenta atarme, cuando me dicen, a eso que bajo la concepción de muchos es lo que se debe hacer realmente por no pecar de asociable, por tener esa puta manía de fijarme en el que dirán de los que sin sentido moral se expresan a niveles incalculables, justificando la rabia e intolerancia que poseen.
Pero también me hallo sumergido por el dedo inescrupuloso de ese que se sabe raro a costa de hacerse conocer, y pienso, que sentido tiene ser diferente y alcazanzar el reconocimiento si existen fuerzas que nos transforman de sujetos a objetos para poder definirnos y estudiarnos. Nos someten e imponen una imagen y ya pasamos a ser objetivo victima de ser reproducido.
El eterno caso del sujeto que intenta volverse indescifrable a costa del sentimentalismo, superando la mismísima barrera de la inconciencia, poniendo en riesgo al asumir la imagen pública, queriendo ser único, el disfrutar de su propia compañía y de la de otros que, por razones estéticas, comprenden aquello impensadamente personal e insuperable. Y anhelo el sopor de largas noches de reconocimiento, un silencio por una palabra mal ubicada, una sinfonía que perdura en el tiempo, pienso y la imagen de lo que yo quiero ser se parece mucho a mis amores platónicos. Al principito, tan sabio, incontrolable e inquebrantable de espíritu y de fe. Tan austeramente solitario, tan asociado, tan estéticamente inhumano.

Tribu

El realzado de los colores me parecía ya aburrido, en el sentido más ambiguo que existía, y la llama que se había desvelado, estaba ya desapareciendo. Los 4 sentidos que me quedaban se disponían a variarme los juicios, y las vanaglorias que se me adjudicaban eran una triste y cándida tarjeta de recuerdos. Me marché abandonando todo. El amor, la libertad, el optimismo, el valor, la virtud, la paz y la verdad, me elevaban para salvaguardarme en mi travesía insospechadamente aventurera.
Me barajé entre los de la tribu y ellos me esperaron perpetuando mis sentidos. Me miraban, como si un poco de esa extrañeza llegara a ser contacto con sus débiles cuerpos, y pudiera integrarlos a fin de llenar sus sucias y condenadas vidas vírgenes de esencia.
Me sentía dios y alabado era entre los hombres que por sustraerse a las leyes reinantes esperaban la palabra, y no se conformarían con una nueva utopía verbal, tenían en mente algo nuevo que les quite el sueño, algo impresionante, sustancial, que los tome por distraídos y los queme desde adentro, que los haga olvidar, que los haga partir hacia la locura, y eso anhelaba yo también, nuestros interesen tenían parejas relaciones en la conciencia y así me dirigí a la cúspide ya como un líder hecho y derecho.
Me dirigí al altar y sobre este todavía seguía el cuerpo muerto del antiguo gobernante. Hice ordenar el entierro, me senté en el trono y lo hice mío sin mayor conciencia que remordimiento. Pronuncié un breve discurso improvisado para los ministros, y me hice sentir bravo hasta que abandone la cúspide. Tan pronto como hube de hacerme público en el palco, anuncié mis condiciones.
Durante los primeros días me regocije en la isla como turista con dinero, descansé en las playas, comí indiscriminadamente los frutos de sus huertos, bebí insaciablemente de sus licores, y transpiré todo el sudor urbano que había traído conmigo. Pronto, cuando lo creí conveniente, me puse a trabajar como es debido, como gobernante. Recogí una pluma e hice anotaciones en un margen de mi libreta sin demasiado detalle, analicé sus comportamientos, y a menudo que observaba decidía y lideraba.
Pero la larga espera que la metáfora poética de mis actos les estaba proporcionando, terminó cansando a mis súbditos ansiosos, y sus rostros empezaron a mostrarse desconfiados de mi libertinaje. Ya demasiado había hecho yo por sus débiles vidas, desde el análisis mismo, desde el sentimentalismo mismo que ellos inmediatamente no comprendían, pero que estaba seguro encontrarían razonable. Ahora esperaba un cambio de conducta, de ellos, porque lo merecía, y lo logré de la forma más inverosímil, me negaba a dar un paso hasta que aquel prejuicio general se desmoralizara.
Esperando siniestros al asunto, mi prejuicio me llevaba, a las anchas, a descifrar que pasaría en mi pueblo, y ellos se miraban ya como cansados de luchar, frustrados y desesperanzados. Vi en sus ojos ganas de destronarme, pero ya estaba yo diagramando mi plan maestro.
Pronto esperaron las palabras, y pronuncié un discurso con lágrimas en los ojos, me sentí realizado y esperaba lo mismo de ellos. Al cabo percibí que me ignoraban, al borde de la desilusión constante, el país y la falta de sentimiento, fue que me hice un matutino especializado, me había equivocado de rumbo.
Con el tiempo se me reconocería un estilo único, y es que tanto las obras de arte como la misma perfección, se lográ con el tiempo a raíz de una adaptación que cuesta entender, y que suena incómoda a lo establecido en tiempo y forma.
Puesto que la vida es imprevista en los mejores de sus momentos, en el umbral de la jactancia comprendí el mal karma del ser humano, y con el tiempo les parecía yo un bufón y no un líder. Me empezaron a ignorar abruptamente para no merecer la palabra, y ya sabía yo menos de estilos que de condiciones. Me dispuse a ganarme su confianza, y la primera medida fue darles un poco de color a sus vidas. Me reconforté en la tina, e hice que ampliaran la fuente, yo mismo me dispuse a colgar adornos estridentes sobre los árboles de la reserva, construí nuevas casas e hice que pintaran las viejas, inauguré un festival que debía celebrarse a diario, algo barroco, reagrupé a las orquestas y decreté que se hiciera música todas las noches. La madera fue piedra de la noche a la mañana, y en tan solo un año teníamos una fortaleza construida, habríamos podido controlar a las lluvias, pues yo sabía como creerlo. Pronto hice que mis bailarines me mostraran un paso nuevo por semana, y este último me llenaba, me saciaba, me desbordaba, lo destaque y se convirtió en el ritual de la lluvia que deseaba conseguir.
Pero así sus malestares se mantuvieron ocupados, y disfrazados, ellos me condenaron, y no hay peor condena que la de masas.
Atrás mío se gestaba una revolución basada en las mismas palabras que yo había pronunciado.
Me lo creí de burla cuando me contaron el chisme, y más hice yo que pagar tributo a sus insolencias con bondades.
Mi territorio ganaba espacio, y el orden estaba ligado al progreso edilicio y en la conquista. Pronto comprendí que estaba solo, y me sumergí en un proceso personal por salvaguardar mi orgullo y condiciones determinantes.
Me destronaron a la fuerza justo antes de que planeara salir en busca de nuevos horizontes, pero no me fui solo.
En las parejas situaciones que la experiencia de vivir me ha dado, pude reconstruir mi integridad y hacerme un nuevo territorio, aunque personal, pero manifestado en magnifica perfección a mi intereses particulares, al borde de una locura justificada por el fanatismo, en perfecta armonía y pacificas extensiones de optimismo. Justo cuando la cúspide se desmoronaba al afrontar un nuevo cambio, se me redujo el mundo a un solo signo que me demostraba que el carácter contemplativo a veces es mas intenso que el bienestar general, pues lo único que importa es el entorno, aun así sea una cuestión de intolerancia. Quien puede adjudicar que se trata de intereses particulares cuando las relaciones sociales están basadas en el amor, la libertad, el optimismo, el valor, la virtud, la paz y la verdad, dispuestas de manera tal que se perciba como una simple aventura.