Aquellos ojos tristes

En la temprana mañana me despertó desnudo y se advirtió cercana, me secó las lágrimas de noches anteriores, acarició mi frente, y pude dormir placentera y tranquilamente el resto de mi vida.
En el estanque de los años mozos, donde las vicicitudes se ven reflejadas, una imagen me mostraba alguna doncella dispuesta a abrir su cabeza a una aventura incierta, y no encontré sino una oreja en la cual regocijarme. Sin ubicar detalle en primera instancia, le presté atención a las melodías de otra canción, cuando no me aseguré la humorada y esa pizca justa de efervescencia siempre.
La primavera se adelanto mucho ya, y yo ya estaba listo bocho, y si supo de que se trataba es la historia de otro cuento, uno tan maravilloso, uno tan real.
Me contó de sus andanzas y deseaba por un momento poder contarlas como propias, poder vivir su vida en última instancia, después llegar a su río y nadar en sus aguas.
Dispuesto ya me sumergí a la aventura, y fue siempre un tono disonante para mí, un arlequín del futuro, siempre un paso más allá, al otro extremo donde la locura es atractiva, algo que me encontraba dispuesto, y sabía sacarme de quicio siquiera para demostrarme que estaba presente en la ternura.
Y no puedo culparla ya, más le agradezco su pasión, sus principios y la inocente bohemia, el cóctel amigable, sus lágrimas de oro ya tan pesadas para mí, y el extremo sentimentalismo que expresa su poesía.
Por eso aquí estoy poniéndole música a lo que expresa su esencia, recordando la historia con un halo de estridencia. Grabe sus palabras en una foto de su sonrisa, y me cuestiono que podría ser oscuro en su vivencia. Aventurera y magnifica, su semblante puro en un sinfín de colores hermosos, la mueca triste, su extrema benevolencia, la humildad verdadera y la sencillez tan oculta bajo su hermosa presencia.