Similitudes entre el deseo de compartir una charla y esos ojos que vi pasar ayer

Estoy condescendiendo respecto de aquello que afirma que lo que nos inspira es siempre eso que sabíamos que estaba, pero que aparece hoy de otra forma menos llamativa.
Las palabras tienen idiomas que le dan significados. Los sonidos fueron antes de que se los aprendiera a nombrar. Pero la inspiración, la que nace en el éter como la que no, es prófuga de concepto siempre.
Mis amigos los músicos y/o teatreros, sufren una soberbia que les agudiza, aún más, el oído en condición de ser oídos y sus ojos en condición de telespectador. Están en esa que se lleva con la novedad. Poniéndole el pecho al cuerpo. En el detalle de su imagen, del que dirán y de otras disciplinas en nupcias con la estética. La habilidad de estos radica en ser del espacio.
En consecuencia, por ahí porque no les queda otra pero con ganas de animarse se arman, mis amigos los dibujantes y/o cuentistas, o peyorativamente ilustradores y/o escritores, son casi los mejores conversadores.
Las formas les interesan menos que los gustos. Son un tanto recopiladores y otro poco fabuladores. Ornamentalmente observadores e imaginativos, pero permitentes e inseguros. Inconstantemente sugieren a sus modos, antonimias a la empatía. Dedican su periplo a pleno tributo.
Al margen de todos existen los cambalacheros, otros de mis favoritos, que se hallan en el medio de todos los artistas por limitarse a convertir las artes en meras ilusiones.
Son los encargados de ponerle música a las sonrisas. Serpentean las vicisitudes generando dudas que delatan sus trayectorias. Pero no hay mejores compañías que los simples cambalacheros.
Aquí me sumerjo de nuevo en la necesidad de tristeza. Reorganizando el orden para que parezca un accidente. En posible disputa contra los intereses particulares. Cuales sean, pues la limpieza espiritual se jacta de deshacerse de lo ampuloso al respecto.
Que tan difícil es eso a lo que llaman vida. Que tanto habrá que llenarse de preguntas para que surjan las respuestas.
Somos parte de un abismo. Uno que se entera de que vive en un mundo, que de infierno tiene mucho, con gente que se promete un cielo que funciona de guía espiritual omnipresente.
La suerte está echada. El nuevo truco es la morisqueta. Somos parte de un conjunto que no tiene sustancia fuera del análisis sociológico, y nos equivocamos pretendiendo crear percepciones extraordinarias.
Ahora presentamos otro síndrome producto de una mala semilla, porque la negligencia y el no fácil, deberían ser cosa de este tiempo. Soltar un SI dubitativo, para generar sorpresa con un NO frente a la insistencia, es peor aún que callar abruptamente.