No somos víctimas

El general hierve la sopa diplomáticamente, pone el orgullo al servicio de la silla, y se sienta parsimoniosamente en función de su cuchara.
Hace lo mismo el cantor de tangos. Presta su sentido del gusto al detalle de la metáfora, el placer mismo hecho canción.
Proponle el pingüino la mueca de olvido a su transformación más obvia, se acordará ya muy poco de aquel suceso que lo convirtió en golondrina.
Se jacta de ser elefante, el elefante mismo entre los leones. Se fijan imposibles, se establecen las prioridades y siempre figura en la lista lo que debe pagar, a que precio y en que lugar. El pacto social.
No busque más que para eso tenemos a nuestros agentes. Se nombran a los ministros y uno cree que son tan flexibles que pueden hacerlo todo. Desde cuando tenemos sirvientes, tan fácil nos acostumbramos a que nos sirvan. Las agencias se disponen a las urgencias. Sin agencias no hay agentes.
Buscamos un camino y nos damos cuenta que nuestro pie derecho pesa más que el otro, el prohibido.
Si lo forzamos demasiado nos damos cuenta que nos sangra, y el rojo nos indica que debemos parar. Esperamos el verde que nos da paso, pero nunca aparece sino en el pasto que olvidaremos siempre y que no osaremos manchar.
Nos ríe la naturaleza ese rojo que nos implora hagamos merecer. Nos acordaremos de el y de ella cuando todo se halla ido al infierno.
El amor entre las nubes, la carta magna que nos condecora ya jerarquizada. Se remata y ya tengo los bonos necesarios. Ahora váyanse que ya me sangra la nariz por la excitación.