Ventura

La caja de sonidos estaba extraña y aquel día diluviaba. Me llegó una carta de tal complejidad que cambió mi vida, me instruí con ella y sin embargo me sentí viciado por todo lo que me rodeaba. Al salir de casa sentí una sensación extraña, percibí que algo había cambiado, el mundo fue merecedor de mi atención y les dediqué unas cuantas hojas en mi libro del alma a fin de descubrirlo.
Pronto la vida me trajo a la más hermosa de las doncellas y tuve que enamorarme, pero cuando estuve congeniando algo en ella se advertía extraño. Un gesto, dos o tres palabras, y comprendí que mis clamores eran súbitamente platónicos.
Yo, soñador de la penumbra, me había formado bajo el sufrimiento de la reflexión, mi persona hallaba consuelo entre el bien y el mal, y mi suerte estaba sujeta a ambas caras de la moneda. De lleno me entregué cuando encontré mi objeto de estudio, el más romántico y sencillo, el que más atraería mi atención siempre, más frío, más estéril, más frágil y más volátil.
Supe que hacer con mis sueños de pronto, y los viví al respecto sabrosos, me llegaron las noticias más cómicas, mis días eran un revoloteo abismal de aves de fuego, una amalgama de estilos políticamente correctos.
¿Qué tenía que envidiarle a la ciencia?, ¿Qué hallaría sin consuelo alguno?, ¿Qué sería de mi si recordará cada detalle vivido anteriormente?, y soy y seré una victima de mi pasado al respecto.
Pronto descubrí que de todas las figuras de mis partituras había una que era progresivamente genial en relación con las anteriores, y allí mismo lo comprendí instantáneamente.
En esos días fui el más inescrupuloso adrede, la vida me cambiaba arrugas por alegrías y cabellos por emociones, después de todo lo vivido, de todo lo pensado, en todo presente, el mañana fue mejor.