Esa madre que nos convoca, oportunidad.

Obnubilado subí las escaleras esperando que aquel instante se me viniera encima como venía progresando. Y cuando por fin lo hice, entendí a que me enfrentaba realmente. Un momento incómodo, y no sería el único, se me derramó el vaso junto a toda esperanza o como pude concebirla.
Lo supe, lo vislumbré, pero no estaba satisfecho. Y que agotador y revitalizante al mismo tiempo era ya todo esto. Es que a veces, saber que uno tiene las de perder, nos entrega parte de esa universalidad que se entiende cuando uno menos confabula al respecto.
Ahora, ya depositado sobre el diván más cómodo, me encontré con ese coctel que no cura pero calma. Esa dosis llévanlo a uno a poder encontrarse en el cambio de percepción, quiérase o no.
Confié en mi cualidad última, el relax y la excitación producentes. Me enfrenté a sus ojos y percibí cierto brillo de ocasión pasional, firma con sello de mi derrota adquirida, pues no era eso lo que quería.
Me alejó no sin antes esbozar esa sonrisa configurada. A menudo uno es falso por no pecar de antisocial o apresuradamente sociable, pero ya gestionaba una cuestión de orgullo. Algo hay que hacer, y al acecho, nos sorprendemos a nosotros mismos con actitudes que después detestamos ver en otros.
Al fin y al cabo, y ubicándolo en cualquier contexto, no todo es como nosotros queremos, pero porque siempre es tan injusto en el preciso momento. Porque es más fácil acusar a la suerte que analizar injusticias previas si las hay.
Tampoco es como ellos quieren, y probablemente sea ésta razón de intolerancia. Después de todo será su palabra contra la mía, pero que más tendría yo ya para decir.
Y no habiendo encontrado oportunidades admiro una puesta en escena de la psicología inversa que me deja sin palabras. Un simple juguete pienso, uno más en la lista que a menudo nos entrega facultades que no tendremos en cuenta nunca. El rival percibe mi presencia y me mira de forma provocativa evidenciando cuan poco enterado está de todo esto, pero analizarlo es casi contraproducente.
Me alejo para intentar revitalizarme. Su imagen parece seguirme tratando de agotar todas mis fuerzas o las pocas que me quedan y lo hace.
La hazaña ya me ocupa el mismo tiempo que tardaré en olvidarla, quizás sea tan sólo una noche triste. Salgo y me abocó a la rutina, pues mis pasos ya sufren mi camino.
Aturdido me despierto frente a mi puerta. Alguien me espera y me sostiene. Me sonríe ridículamente y compruebo que las injusticias se hicieron complejas para no tener la necesidad de analizarlas demasiado. Después de todo, y sin que nos demos cuenta, quien puede ser rencoroso cuando el fin justifica los ideales. En tan solo un lamento pude analizar cuanto orgullo me quedaría y como el tiempo se encargó de repartirlo a favor de un puñado de consuelos.