Buenos Aires cara de piedra

Los mirábamos y algo sentían que decían. Repudiaban con la mirada lo que a sus mentes les incomodaba. Oídos sordos y cara de póker para lo que identificaban como penitente. Legalizando el viejo conocido “quién quiere ser el más sonso del grupo”. Realmente nadie que se precie a si mismo.
Como si de Nietzsche se tratará, hacen ese voto de silencio que les asegura no meter la pata, pero que entre otras cosas les otorga la paz de sentirse diferentes sin tener que entrar en gracia para ir a buscarlo o recibirlo. Acordémoslo, ser el gracioso es ser el mono muchas veces. Y ser el líder de un grupo prejuicioso puede ser un dolor de cabeza muchas otras.
Y en esta leve inconformidad, les resumo las premisas básicas de una Buenos Aires de hoy típica, extranjerizada completamente. Una conchetada de las viejas que se pueden permitir porque llevan años entre nosotros, y son tradición, ya que después de todo no son cosas que el tiempo puede curar. Y a gastar pólvora en chimangos eh, que el mundo siempre supo que nosotros somos su culo. Pero sino les gusta algo se van a la mierda enseguida sin avisarle a nadie.
La ciudad y su mueca intelectual nos convocan. A los desconfiados e incomunicados nos pide permiso para después tener que comentar, mediante juicios de valor, lo intolerante que siempre creyeron que somos. Y nos desespera saber que indicio podemos descubrir en sus rictus faciales cuando aparecen.
Admiramos a esos talentos oscuros de una juventud que se acostumbro al estandarte depresivo, pero que manipulaba a sus seguidores con premisas de psicología inversa.
Sigilantes y seguros nos desvelan con mentiras en las que caemos inocentemente. Comprenden la distorsión reinante, y nos manejan contaminando las ganas de organizar nuestras galaxias y el derecho a replica. Si te mandaste una cagada ya estás condenado negro. No hay tu tía.
Lo aceptamos, lo copiamos, lo adaptamos, nos gusta, nos parece divertido. Engendramos ese pánico que nos resulta considerado, y hasta responsable, como propio. Somos condenados pero no estamos del todo seguros de nada. Singularizamos los vicios, no los contamos nunca como la morsa, y nos hacemos entender a los gestos. Insultamos con nuestra sagrada primera vocal y los hacemos quedar como soretes sin mucho preludio, a la elegant.
Y aunque sabemos que lo tenemos todo, nos penetramos la conciencia en busca de una paz que nos asegure las mismas bondades que nos tildan a la larga, y destacan claro, como estetas cliché. Siempre somos lo mismo. Repetimos la fórmula y eso nos conciente demasiado.
Allá a lo lejos, un grupo selecto se ríe de nosotros como próceres. Se jacta de saber la verdad de los números y hace gala de una jerga de caballero insólita. Resuelve sus principios básicos de modo fáctico y rinde culto a la vida epopéyicamente. Intenta salirse con la suya y hace burla incomoda cuando se los interpreta. A todos ellos mi más sincero desprecio.
Un pariente cercano a nuestros modelos oscuros, se halla suspendido entre la vida y la divinidad. Somete sus juicios a una revisión histórica, y en mayor medida filosófica, y sólo desafía cuando se lo pretende encasillar. A ellos mi más sincero respeto.
Y al fin la parafernalia termina con aquellos, siempre los últimos, que se destacan por creer a ciegas que las cosas pueden variar y que de hecho lo hacen todo el tiempo.
El simplón, cachengue de por medio, ya no sufre en su condición de muerto y mendigo en ese orden.
Nadie le presta demasiada atención y realmente nadie lo molesta. No entiende nada pero halla consuelo codeándose con el promedio, y ni siquiera se toma la molesta en averiguar porque nadie le tira un pase.
Y los condenados nos preguntamos hasta que nivel de abandono pueden llegar que nos quitan las ganas de dirigirles la palabra cuando comienzan con sus preguntas.
Pero que triste es que necesitemos de ellos para sentir que estamos por encima de algo.
Y si nos tomamos el tiempo de analizarlos, es porque queremos dar una muestra de existencialidad a lo que creamos como personalidad. Nuestra hipocresía inteligente.
Somos la Buenos Aires cara de piedra. El caribe de hojalata. La manteca que se que nos viene encima porque no hay techo. La patria snob y la pirámide invertida. Ya no nos queda otra.