¿Y cómo me vería con pollera?

Se trata de eso, la eterna sinfonía del enfermo de la apariencia. Pero es culpa de está sociedad que nos sumerge a bestialidades tan personales como exquisitamente bellas, porque siempre me enamore de las más bonitas, y ellas viéndose igualmente bonitas, se configuraban hermosas a mis ojos, porque nunca me faltaron modelos de las que enamorarme.
Al principio fue útil a mis necesidades, pero ya al tiempo confirmaba sus encantos, se me hacían tan personales, yo las entendía, y ellas ya me contaban todo, y comprendí mis intimidades, ese lado oscuro de mi existencialismo cotidiano.
Con el tiempo ya no me dio miedo, aunque lo vea todo borroso, y así como deba ser será, por el hecho de hacer valer una nueva experiencia, el futuro incierto por lo que los demás no vieran ni imaginaran jamás, seré yo en la reflexión última de la desilusión, planeando ese porvenir incierto, mejor a la imaginación que a la aventura, ella me mostrará su ropa interior y yo la recordaré como a ninguna.