Vino. Tocó mi puerta, y nos reímos juntos.

He visto gente buena que por intentar entender que era eso que los hacía tan únicos perdieron el impulso que los guiaba, y se olvidaron de creer que en la vida más vale el cambio que saber que lo transitamos descalzos.
Pero hay todavía quienes buscan ese grado de identificación, creyendo que éste es el momento de vivir un único cuento hermoso, justificándolo y luego corporizando sensaciones, que de lo que abunda es lo que daña. Algo que nos salve es saber tratarse con la vida. Asegurarnos los por menores, porque de por mayores venimos.
Y me veo de a ratos al borde de las lágrimas. Viendo a mi paso todo por desmitificar, pero inseguro por reconocer que sabré, que sin dudas pisaré los charcos de la desilusión.
Me acuerdo esos ciegos consuelos que se emparentan con los míos no del todo olvidados, y recuerdo que enfermo es vivir contemplando los rostros hundidos en soledad, cuando no nos damos cuenta que son solo reflejos de nuestra realidad.
Me pudrí de ese amor que vendrá, pero entendí que prevalecerá, y más vale tenerlo cerca que lidiar con el desacuerdo y la imbecilidad.
Me cansé de ser el que habla de cuando en cuando de más. De la rutina de rutina que es necesario olvidar. De rescatar sonrisas que no me corresponden y olvidar que alguna sentí que lo necesitaba y sacar provecho. Ahora estoy relatando mi vida tras un vidrio que deja ver muy bien cuan sucio está, pero se enorgullece de prevalecer intacto a la mugre. Y no se… el resto, se verá.