Pálido adolescer

Cantares de un nuevo despertar, queriendo saber que hay mucho mundo detrás de uno, para darse cuenta que hay otro poco, o quizás mucho, por explorar.
Su silueta dibujada en tinta china. Una ingenuidad ceñida por su habilidad con los gestos, aunque apaciblemente consoladora. Una tranquilidad que trae consigo un sentimiento de destreza, quizás forzada a entender un poco mis viejas batallas.
Y me absurdizo a cada momento, ni falta que hace, pero me satisface el poder lucirme sin ser sentenciado por esas lágrimas ya lloradas totalmente congeladas.
Y como si fuera poco, ya que forma parte de la historia de mis colmos, me apresuro a percibir, de tanto en tanto, los sentimientos que me atraen esa mirada ingenua y despistada.
Ya ausente la describo poco, aunque forma parte de un equivalente al arrullo. Sólo analizo mientras escribo cuan confortable me resulta éste momento.
Somos tan descorazonados los inconcientes muchas veces, puesto que dejamos saber cuanto es que necesitamos el perdón, pero somos tan cómplices de lo que nos cuentan, que nos hallamos en la cúspide de lo tenebroso, inculcando incertidumbres apocalípticas a nuestro paso todo el tiempo.
Y ya su pasado borró las señas que la acercaban a lo oscuro de ese pozo. Y en ese escepticismo falso que la protege, planea no poder sentirse en la necesidad de asestar el primer golpe, sin saber acaso lo que por poco pretendo, reflejando en el vivo oscuro de sus ojos, un pasaje ideal que a razón de tiempo quizás sea la historia de otro cuento.
Y me sumerjo a mis dudas, que es ahora lo único que me importa. Pongo en vises mis antiguos desconsuelos. Practico de cerca la verdadera forma del desconcierto que padezco. Mi espada ya está gastada y ya mismo no se entera, que me faltan fuerzas inclusive para levantarla.