Sólo una palabra

Y todos entendieron el astuto plan a fin de cuentas. No es que desconfiaran del ingenio del príncipe, pero acostumbrados a sus bochornos públicos, no se imaginaron tal destreza. Claro, está aquel que quiere redimirse con aplausos el haber sido prejuicioso sin causa, y ese que se desvela por la contemplación misma, por la hazaña en este caso, por aquella insensatez soberanamente atrayente que había sacudido la mente de la más preciada de las mujeres.
Citadino, extravagante y un poquito soberbio. El rey lo contempló todo y se enorgulleció, más de gusto por los métodos, que por la valentía misma.
La realeza hoy toma café por las tardes y champagne por las noches, se viste de seda conforme a la elegancia, asume responsabilidades con la lectura, perpetua sus filosofías, y hace uso de sus ingenios en el más sincero y romántico de los encuentros. El príncipe fue siempre buen mozo e inteligente, y se postuló a cuanta niña rica, hermosa y culta se cruzara en su camino, paciente por ley y con la más desconsidera excusa de palabra. Pero las jóvenes se condecoraban con un sentimiento en general y unos cuantos en particular. Ese halo de rebeldía que el príncipe irradiaba las hallaba enteras en sus letras, inmaduras o no, atrayentes, y él prefería tocarlas, besarlas, lamerlas, por separado, a todas juntas, pero ella no lo miraba.
Experto en combate, jamás hubo soldado que logre derrotar al rey. El joven era astuto, no existía movida que desconociera y supuso poder ganarle, pero no fue así. El epicentro de su mirada era desconcertante, llevaban a uno a tener que ejercer su extra percepción y descubrir las infinitas posibilidades de una sola y entera vez y rápido.
Se maldijo y obedeció al brujo quien lo aconsejó, al respecto, utilice la gracia de la practica.
Sus fronteras de deshicieron en cuanto hubo de reencontrarse con la dialéctica, algo que por herencia manejó siempre muy bien, pero se sorprendió de la nueva teatralidad que había descubierto en las letras, su mirada se tornó atractiva y desconcertante, más de lo debido.
Y quizás la primera doncella cayó rendida, con diferencias claro, al mismo tiempo que él en aquella derrota. Pero no halló descansó, y su eterna preocupación iba por encima del placer mediante, por que sabía que ella era la más perfecta de las mujeres de aquel reino, estaba seguro de que esa belleza le pertenecía, pero ella no le contestaba.
Sólo dos palabras y se animaba a más. La seguridad hace que el hombre se sienta capaz de realizar lo imposible
Los sirvientes caían rendidos a sus encuentros, sus compadres reales preferían ser árbitros. Esas manos devoraban los cuerpos más soberbios, de a docenas, centenas, por que siempre necesitó las palabras de consuelo, aunque nunca fuera suficiente.
El padre mostró ganas de reelegirse y las dagas se volvieron a encontrar. Más sincero que sensato, se aseguro la aventura primero y la victoria después. Lo consiguió, pero lo disfrutó más. Estaba seguro que no diferiría el contenido más que del gesto, y pensó en darle esperanza a sus encantos, en la seguridad, las palabras, y la teatralidad misma que sostenía todo aquello. Ahora él y aquella que lo ignoró en infinidad de oportunidades, la más perfecta mujer del reino, la más deseada. Y así fue, la multitud aplaudió la hazaña, tan sólo una palabra.