Mufa, dos compaces y contando.

Se trata de estar tan cerca del borde que permitírselo justifique nuestro andar. No todos estamos curtidos por la misma confianza, pero no darse cuenta de cosas que para uno son fundamentales forma parte de tu psicología de encuentro.
Y sin embargo, salir airoso no es tan fácil a no ser que la vera del ultimo consejo sea tal como la pastilla se libera.
Pero por qué me cuesta tanto la sociología. Por qué el ordenar de mis trucos, es tan cómplice de mis desencuentros.
Es que así como me cuesta pensar en una situación favorable, favorezco al secuencial conflicto de mis conquistas. Ya se que ser pretencioso no es lo mismo, pero nadie esta muy seguro de lo que le concierne, y mucho menos de saberse loco como pretende.
Aun me siento advertido como quien quería abordar el llanto, y me hallo desconfiando a la vera de tu encuentro.
Ahora sé estar ahi para todos en lugar de ser uno con el mundo. Pero cómo me banco este silencio.

Esas palabras no agotan el tema.

Todo lo que vuela alrededor tuyo es factible de convertirse en polvo. No es casual que me lleves a las letras. Justamente porque quizás mis métodos de preferencia, tiene que ver con la cantidad de imágenes que nuestro diálogo generará. Tampoco es real, ni por asomo, que deje de presionarte para sulfurar esas palabras que me gusta oír en tu tono de voz.
Lo chato sin fundamento predomina y es ley. Algo que siempre esquive, pero vi con recelo de conquista, en aparente disputa con eso que se conoce como saber ser adolescente. Ahora creemos la trampa.
Necesito estar en todos lados. Necesito leer todos los libros. Escuchar toda la música, por si acaso me increpan, saber con que disculparme. Admiro a los que te hablan sin saber para decir, o sin tener que para contar, pero lo siento, no prevalecerán.
Y todo suena tan adolescente ya, que me cuestiono, apenas sin conocer lo que será un futuro promisorio, las pautas a las que debería o no adherirme en caso de querer seguir siendo yo, el mismo.
En toda situación me enfrento al contenido con vacío. En todas y cada una, abordo la locura como solución al fatídico aburrimiento.
Pero algo de pretensión hay en el mismísimo aburrimiento. Y vos me decís que no te aburrís nunca, y yo no adhiero sino porque no puedo concebirlo. Con qué más vas a sorprenderme ahora que se de que se trata. Eso de querer ser uno mismo. Eso de sostener los gestos y ligarlos a una estética. Eso de abordar un contenido, adherirle un concepto y codificarlo. Eso es ser pretencioso.
Y ahora te noto lejos. Abajo, un poco a la izquierda. Como queriendo resplandecer. Como queriéndolo todo representar. Como pretendiendo ser yo acaso. Pero siendo ese yo que yo queriendo dejar de ser estaba.
Absurdamente comparto las teorías de los que analizan sin fervor por miedo a impregnarle importancia alguna. Y el silencio es tan ladino.
Juzgo y me veo ante la gente, con el miedo que simplifica lo que yo veo que la gente articula cuando se mueve por ahí.
No obstante resuelvo, siempre esperando porque la lista de espera es larga, todo lo que concierne a bellezas exóticas que no serán sino meros recuerdos. Dedicándole de lleno, un epígrafe a lo que se siente proponerse a descubrir nuevas especies en extinción.

Similitudes entre el deseo de compartir una charla y esos ojos que vi pasar ayer

Estoy condescendiendo respecto de aquello que afirma que lo que nos inspira es siempre eso que sabíamos que estaba, pero que aparece hoy de otra forma menos llamativa.
Las palabras tienen idiomas que le dan significados. Los sonidos fueron antes de que se los aprendiera a nombrar. Pero la inspiración, la que nace en el éter como la que no, es prófuga de concepto siempre.
Mis amigos los músicos y/o teatreros, sufren una soberbia que les agudiza, aún más, el oído en condición de ser oídos y sus ojos en condición de telespectador. Están en esa que se lleva con la novedad. Poniéndole el pecho al cuerpo. En el detalle de su imagen, del que dirán y de otras disciplinas en nupcias con la estética. La habilidad de estos radica en ser del espacio.
En consecuencia, por ahí porque no les queda otra pero con ganas de animarse se arman, mis amigos los dibujantes y/o cuentistas, o peyorativamente ilustradores y/o escritores, son casi los mejores conversadores.
Las formas les interesan menos que los gustos. Son un tanto recopiladores y otro poco fabuladores. Ornamentalmente observadores e imaginativos, pero permitentes e inseguros. Inconstantemente sugieren a sus modos, antonimias a la empatía. Dedican su periplo a pleno tributo.
Al margen de todos existen los cambalacheros, otros de mis favoritos, que se hallan en el medio de todos los artistas por limitarse a convertir las artes en meras ilusiones.
Son los encargados de ponerle música a las sonrisas. Serpentean las vicisitudes generando dudas que delatan sus trayectorias. Pero no hay mejores compañías que los simples cambalacheros.
Aquí me sumerjo de nuevo en la necesidad de tristeza. Reorganizando el orden para que parezca un accidente. En posible disputa contra los intereses particulares. Cuales sean, pues la limpieza espiritual se jacta de deshacerse de lo ampuloso al respecto.
Que tan difícil es eso a lo que llaman vida. Que tanto habrá que llenarse de preguntas para que surjan las respuestas.
Somos parte de un abismo. Uno que se entera de que vive en un mundo, que de infierno tiene mucho, con gente que se promete un cielo que funciona de guía espiritual omnipresente.
La suerte está echada. El nuevo truco es la morisqueta. Somos parte de un conjunto que no tiene sustancia fuera del análisis sociológico, y nos equivocamos pretendiendo crear percepciones extraordinarias.
Ahora presentamos otro síndrome producto de una mala semilla, porque la negligencia y el no fácil, deberían ser cosa de este tiempo. Soltar un SI dubitativo, para generar sorpresa con un NO frente a la insistencia, es peor aún que callar abruptamente.

People who look people

En el día en que todos los que te rodean se mueran de envidia, se alarga un juego de jefes y sus peones que se evitan por creer que nos identifica la intolerancia cuando justamente es todo lo contrario. Se escribe mucho por estos lados. Mucha poesía poco sincera. Hay quienes lo hacen al respecto, y casi sufriéndolo, acerca de aquello que nunca quisieran ser y como se verían, sin embargo, si lo fueran. ¡Pero que descaro! El desprecio es infinito cuando pasa por, quien sabe cuantos, cables de unas anchas de lo más bandas.
Creo, y analizo a saber que nunca fui sino un molesto que nadie sufre por desprecios adquiridos con leyes antisensoriales, que lo que nos sucede siempre actúa en consecuencia de algo a lo que respetamos mucho. Si no te mira, y eso sin embargo sucede, no imagines.
Lo peor que vi en la mierda de vida de la gente desgraciada, incluyéndolo al rey de la paranoia, su olor a mierda y su puta costumbre, es besar y lamer esas lenguas que infinitamente nos pertenecen. Pero te comprendemos. Sos el emperador del mal porque sufrís esa maldición de la que no podes salir sino siendo el más malo de todos. Ya te conocemos. Siempre andas en la misma, pero ahora tenés más palabras para elegir.
Las personas no cambiamos mirando de reojo y dando rienda suelta a nuestras angustias con derecho a generar simpatía en base a nuestros desconsuelos desafortunados. Hace falta verse un poco más a los ojos para darse cuenta.
La vida en ruinas. Siempre soy mejor que vos. Por ahí la realidad no me favorece, aunque la sinceridad me precede, pero estoy acá. Te veo creer que sabes lo que me está pasando. Arrodillado llorando lo que de verdad me entona el vicio hacia lo desconsiderado.
En pos del trono me vendiste la humildad, y me juraste que no lo harías cuando entendías que, siendo mejor que yo, no merecía el respeto. Por qué tanta insensatez. Por qué la congoja ante la mentira. Nunca hiciste nada. Lo siento y sin embargo sincero que te quiero cerca, porque siempre es momento de que me digas todo cuanto antes.

El culo de tu mundo

Inducidos porque quien sabe que potente químico suministrado, se sumen los fieles a la batalla. Ciertamente los hay ofrecidos de todas las épocas.
Desapreciando la vida, eliminan sus nervios cagando y/o vomitando en el pasto producto de la dosis.
Asidos de mazos, no los hay para todos pero ni cuenta se dan que están ahí en ocasiones, se preparan en tan sólo un cuarto de hora. Es un espectáculo fabuloso si se puede contener el vómito que nadie evita a coincidencia.
Un sujeto vestido de verde se limita a alejarse unos pocos kilómetros dando comienzo a la contienda con un sonido ancestral, y nunca más se lo ve.
Son pocos los concursantes, pero desde el filo de mi escalera ya se puede oler la bravura.
Se desnudan y reconozco una fémina un tanto vikinga por sus tetas grandes.
Un negro de pelo ralo cubierto de músculos se transforma en rufián gritando al viento. El gordo, feo de no temerle a nada, le asesta un golpe y cae rendido. Tarda más en levantarse que en morirse no sin antes dar puntapiés llenos de estupidez.
Otro negro más pequeño se hace del gordo pero cae tan duro como una piedra. Es su primera vez de arriesgado. Es el primero en cagar todos sus nervios. Se asusta y corre.
Un muchacho bajo y blanco como la leche se halla en escena. Se rasca el culo y noto que escondía un pito tan gordo que lo convierte en seguida en algo marino o algo con cuernos. La mujer se encima para batírsele, y éste le sugiere sus movimientos con habilidad. Tanto la aleja, y tan rápido, que se forman historias de reinos diferentes.
Se acercan a mí. Tan solo nos separa la reja de repente. El enano es más endiablado en mi imaginación. Me dirige una mirada provocativa que asusta a mi chica. La tiene a su víctima de espaldas, cansada y sin aliento. Se hace de mi desesperación. Le crece tanto que el asco y la curiosidad me invade.
Un gigante de músculos rojos se pone las botas para patear culos. Vocifera en dialecto duro, se pega en el pecho, arroja dos cabezas como ajo de dos victimas fuera de mi escena, y se pone frente al panzón.
El negro lo mira desde una roca. De su rosado culo gordo escapa un pedo ruidoso de una patada mal habida. El gigante da un paso hábil cortado por el aire que genera el vacío necesario, y le parte el cráneo de un garrotazo. Se le viene el negro que le toma el cuello.
Mientras miro al enano, que lo imagino relinchando agudamente, aléjome atrapado por el reflejo que me brinda su porte en el momento propicio, gritando desesperadamente cuando desparrama su semen de caballo, agitando su verga de caballo, y tiene el descaro de dedicar una tan larga que baña las costas del pantalón de mi chica a unos treinta metros.
El gordo que yace muerto amortigua la caída del negro y propone el garrote a su izquierda. Le da dos golpes en los dorsales sobresalientes, pero es tan bravo el toro cuando todo lo excita, que inventa una especie de escudo ante las braburas.
Agita la reja con la gorda muerta, sus tetas arrancadas, y el felpudo destrozado agigantado a sus pies. La rompe toda de bestia que es. Me enfrenta, le tiro dos, pero no pego nada, la sé de cobarde y me nubla la vista. Caigo. No estoy herido. Soy conciente de que lo necesita está ahí nomás.
Un chino lobo, ágil y desgraciado, le pega dos patadas en el lomo que lo hacen trastabillar. Se puede contar con nuevos puntos débiles, que no muchos envidiarían, siendo tan grande. Se hace del cuello pero no tiene la fuerza necesaria para romperlo. El negro sucio le hace un tajo en la nuca y no se reincorpora.
Le arranca la ropa, y ella es tan inocente y dulce que grita por su vida. Ser el más esclavo de los perdones es contraproducente. El enano la abraza tanto a mi chica que le hunde la carne. Le escupe la saliva caliente y espesa que le brama de la boca. Algo en él me dice que no quisiera que se termine nunca, pero como puedo imaginarlo al verlo únicamente relinchando, no me abstengo de silencio.
El chino lo sacude a proponerle una alianza al negro. Una suerte de piedra gigante genera contrastes con mi ropa colorida y se me acercan.
Mi chica llora y grita y se le oye la sangre que le sale de su vientre hasta que calla. Siento el dolor que emana y me llena de nervios e impotencia. Le brilla la sangre pegada que le adorna la punta. Lo observo de reojo tan diablo y antihumano hasta que me cae la huasca caliente que me indica la huida.
De pronto siento que dos brazos negros me contienen. El chino se hace una película que ni Kung fú. Se llena de poses y de posturas y le tira dos a la pija tan duras y rápidas como la reincorporación de la misma.
El enano se burla poco menos de lo esperado. Se rasca la mata de pelo de cabeza que tiene sobre su pubis, y le dispara dos rayos de leche hirviendo que esquiva con facilidad de chino.
Voy en busca de refugio. Estuve tan dispuesto, que al recibir los brazos del negro me propuse una estrategia, y al verlo incorporándose a la lucha sentí ganas de destrozarle el cráneo. Seguro que podía.
Dando rienda suelta a su pasión marcial se acercaba ese orientalucho. Disfruté poco de esas películas como para entender que dichas barbaridades pudieran servir a su educación. Me pareció sin embargo tan desdichado, con su moñito, y su estatura, y esa comparación inevitable. Y el pequeñejo otro con esa corbata embravecida teñida de rojo por la sangre de mi mujer.
El negro saltó en el aire y no llegó. Lo destruyó un abrazo de brazos musculosos que le partieron el cuerpo en pedazos. El gigante estaba vivo.
Miré su espalda enorme y brilló un halo de esperanza en mí. Podría proyectar al oriental a su semejanza en ella desde el ángulo que quisiera.
Llegó tarde. El enano pegaba duro y le tiro una patada que le partió la zona habilidosa.
Se hicieron de manos. Debía resistirse un poco aunque ya estaba siendo enfermo por la injusticia. Pero como molestaba la sonsa y gorda de caballo del enano en el medio.
Carcajee fuerte y el gigante se dio cuenta y vino a verme. Me sujetó por las ropas mientras desarrollaba con mis brazos una especie de defensa. Me rió la gracia por ahí porque no me vio desnudo.
Le partió un brazo y luego el otro. El chino lloraba en suelo. Le metió el dedo en el culo y se lo olió divertido.
El gigante se reincorporó. ¿Estaba siendo presa de mi pesadilla acaso? Lo vio de refilón venirse al galope, y le quebró el cuello al indefenso orientalito.
El gigante ruso propuso un golpe de rinoceronte, pero lo esquivó y le tocó la herida de la cabeza. Estaba ácido ese enano suertudo.
Se contagió de vicios, y el inclinado cuerpo del chino lamentó una asquerosa paja tan cuantiosa que le tapó la lengua que se le veía.
Le tiró dos patadas que le chocaron ese pecho atrevido de hijo de puta de diablo que le tocó. Tenía unos pezones de negra gordos, largos y perfectos. No lo movió un centímetro.
Imaginé quien iba a ganar. Hice apuestas con la piedra que me ocultaba, pero quería ver como iba a morir. La piel de la espalda del gigante valía la pena para hacerse un sobretodo abrigado.
El gordo no pudo saltar y cuando se quiso acordar ya lo tenía en el cuello debilitado. Así grandote, se me ocurrió la comparación con el chino. Llevaba el doble, o quizás el triple de cuerpo encima, pero el abanico ruso, que bailaba al compás de la llave que sufría, era aun más avergonzante que el monito del chino.
Vi a la muerte misma pasar por al lado mío y acercarse a la escena. El enano lo tenía en el aire. Con sus dos manos. Con una sola. Transpirándole los pelos del culo, y la otra rascando la mata peluda que le tapaba los huevos.
Soportó puntapiés, piñas, patadas, escupidas e insultos, con jubiloso placer. Lo suspenso, se la acomodó, y lo penetró.
Ví como por el vientre musculoso se deslizaba la verga, y recordaba con tristeza como destrozaba a mi chica.
Reí y me despedí de la roca dedicándole mis últimos ratos de locura.
Me corrió apuntándome con esa irrespetuosidad a lo humano en la mano, y se echó una pegajosa que me bañó la remera desde unos veinte metros. Me la apoyó en la frente y la sentí un piñón de pesada. Le vi los huevos y se los pateé. Lloró unos de avestruz que tenía mientras una luz lo invadía de lleno.
El enano transformó su cuerpo en el mío, y me vi tan asquerosamente desnudo que tenía que destrozarme. Un desnaturalizado sentimiento de culpa se me pegó. La fragilidad del momento soltó su última palabra sentido como al traspasar una puerta que conduce a un nuevo futuro próspero. Asentí como nunca antes la contención de mis nalgas. Mi conciencia escrupulosa se hizo a un lado. Me cagué encima. La verga de caballo se hizo en mi poder y me follé hasta reventarme todo.

La chica que probaba ser lesbiana con la hermana down de su novio

Sabrina es de esas minas que mezclan bien eso de ser snob con querer vivir del arte. Pero aunque intente superarla, haciendo pasar su caso como de lo que ni tendría que haber escapatoria, hay algo en ella que incomoda.
Quizás sea su extraño molde, o esa base simple que quien sabe como sostiene, recubierta con despilfarros de tenacidad y rellena de palabras desmerecidas. Hay en ella una débil capa de orgullo a base de unas cucharadas nomás de actitud defensiva que poco aporta a la mezcla. El producto terminado es un extraño caso de deshonestidad.
De tanto en tanto se sabe, porque uno con ella se entera de todo, que se toma recreos personales. Los amontona y los nombra. Los convierte en anécdotas y se pierden en anhelos que jamás recuperará. Y me pregunto quienes son esos que se aventuran junto a ella en sus batallas alucinantes ya tan perdidas a mis ojos.
Lo cierto es que cuanto más reflexione al respecto, más palabras de desprecio encuentro y no es la idea de ignorancia que pretendo. A destino incierto, invierto unas pocas especias en esta salsa que revuelven otros, y me propongo no tener a probarla hasta no verme en la necesidad de verificar si está cocinándose bien. Esa salsa grasienta, que funciona como delegada ante otras a las que les espera un espíritu de jurados gourmet que jamás se atreverían a probar ésta que estoy empezando.

Si no veo me pianto

Convencido de que todo lo que nos une son simplemente imágenes, busco una comunión entre lo pisado y lo crecido.
¿Desde cuándo estoy a la espera de lo que se transformara en oportunidad? ¿Quién me creo transitando las lindes de la ampulosidad?
Me he visto hacer de tonto cuando solo quería ser visto por arriba y de monstruo cuando buen mozo.
Tuve en claro las razones, pero no supe decirlas a tiempo, y ahora creo que el discurso de respiro le sirvió más a un egoísmo chato que no supera ni siquiera a mi propio maleficio.
Estoy dispuesto a una charla entre usuales. Hablo de contemporáneos al respecto y de búsquedas, pero la imbecilidad y el detrimento me tranquiliza, la bondad me supera, y el romanticismo me condice.
Me quiero desvincular de la tranquilidad que asegura estar detrás de la caja. No me la creo.
Ya no necesito perpetuar los sentidos de una tristeza burlona que me haga extrañar a lo que ando sujeto, y de lo que dejo de estar.
Me ayudaría hacerme de un testaferro. Que me llene de palabras, que personifique mis alegrías, que se las lleve, que se vista de mi, que haga realidad mis más preciados anhelos, que me hable al oído, y me cuente y me muestre, como es que bailan a mi paso las doncellas tan a gusto con mi silencio.

Vino. Tocó mi puerta, y nos reímos juntos.

He visto gente buena que por intentar entender que era eso que los hacía tan únicos perdieron el impulso que los guiaba, y se olvidaron de creer que en la vida más vale el cambio que saber que lo transitamos descalzos.
Pero hay todavía quienes buscan ese grado de identificación, creyendo que éste es el momento de vivir un único cuento hermoso, justificándolo y luego corporizando sensaciones, que de lo que abunda es lo que daña. Algo que nos salve es saber tratarse con la vida. Asegurarnos los por menores, porque de por mayores venimos.
Y me veo de a ratos al borde de las lágrimas. Viendo a mi paso todo por desmitificar, pero inseguro por reconocer que sabré, que sin dudas pisaré los charcos de la desilusión.
Me acuerdo esos ciegos consuelos que se emparentan con los míos no del todo olvidados, y recuerdo que enfermo es vivir contemplando los rostros hundidos en soledad, cuando no nos damos cuenta que son solo reflejos de nuestra realidad.
Me pudrí de ese amor que vendrá, pero entendí que prevalecerá, y más vale tenerlo cerca que lidiar con el desacuerdo y la imbecilidad.
Me cansé de ser el que habla de cuando en cuando de más. De la rutina de rutina que es necesario olvidar. De rescatar sonrisas que no me corresponden y olvidar que alguna sentí que lo necesitaba y sacar provecho. Ahora estoy relatando mi vida tras un vidrio que deja ver muy bien cuan sucio está, pero se enorgullece de prevalecer intacto a la mugre. Y no se… el resto, se verá.

¿Qué prisa interfiere a la duda?

Verte penetrar esa burbuja
Desglosando las palabras permitidas
Sabiendo de tu miedo a la falta de ridículo
Sintiendo dolor por ver aquello que genera en ellos tus suspiros.
Verte caer a desmedida desperación de ayuda
Considerándolo mi cielo con señales encendidas.

Prometidas causas de una noche de silencio
Corazones deliberan cuanta es la miel por sangrar
Más no podré sino ver como es que sufre.
Más no podré ver como oye cuando habla y si se escucha.
Pero saber que primero ser, que ver piedras por esquivar
y reconocer que sentir que llegar vale tanto como soñar despegar
es parte del azar que apresura los pasos de cualquier mozo
cuando no el sol y tu sombra contaran cuantas horas nos quedan por ocupar.

Que más vale un viaje que impetudes todas juntas
Que por valorar las alegrías es que nos sentimos tristes.
Al borde la angustia hallamos la inconciencia
Y nos creemos merecemos ser espías por impaciencia
Más no vale una pizca lo que crean que consideran para nosotros
Pues dar a creer que nos quieren da lo mismo que nunca nos hayan querido.

Soportaremos el mundo por lo que nos previene
Sujetos a una verdad nunca demasiado penitente
Que nos aleja de la respuesta, por merecer el respeto del silencio
Nunca sugiere, pero anima con el canto de aquello que nos inspira
Nos eleva para mostrar de que esta hecho de hecho
Y tramita los costos para dejarnos caer ante ellos.

Unísono verbal y la oda grasienta de los rótulos de los de siempre

Como lobo estepario, Agueda se jactaba de salirse con la suya cuando alguien, aunque fuera por si acaso, se afanara en comprenderla. Pero aunque supiera lo cualquier no negaría en dar por cierto, a menudo sentía que la herida de Paris, que había sido en ella antes de comprender lo que se es para casi instantáneamente querer ser sin limite alguno, estaba demasiado expuesta.
Conforme con la universalidad a favor del propósito, ella estudiaba cómodamente las probabilidades de afamarse en línea recta, sin demasiado recuerdo. Cuando no intentara, estaría siendo y viceversa.
Mientras adolescía, Agueda soportó el pesar de una métrica diferente que de a ratos hería toda la superficialidades a las que había sido sometida desde la cuna. Y ya en carne viva, descubrió que cuanto más enmudecía, más le sonreía su propia debilidad a propósitos ajenos.
Desconociendo la razón, y ya sumida a aceptar cualquier trato, fue la versión malvada, candente e inteligente de sus propias princesas aniñadas, pues reconocía que habría en ella más épica que fantasía.
Cuando tuvo edad para verificar lo que su andar implicaría, brotó de sus propias mamas la inspiración que necesitaba para salvarse del prejuicio hasta que tuvo piernas para sostener un indiscutible don al respecto.
Sus propios demonios se habían encargado de hacerle probar la revancha, pero dando cátedras con sorpresivas, de a ratos, sin dejar lugar a descansos.
Estaba ahora dejándose llevar por un brillo real para no perder el instinto femenino, pues quien más puede determinar que se necesita para curtir como personal ese hacer del provocar que poseen algunas sin ánimos de humildad. Ella demostraba que no existe psicología que explique con cuanta culpa nos invitamos a observarla, pues duele que sea así tan deliberadamente. Nos molesta que sepa que sensaciones pueda generar en nuestros cuerpos.
Pero había algo oscuro en ella infrahumano y compulsivo que rayaba lo obsesivo, y para poder evitarlo había que alcanzar un status social alto, aunque muchos no quisieran hacerlo, pues sus ojos llameantes tenían un rango de visión superior, y estaban, a todo momento, dispuestos a quemar.
A menudo al observarla, se podía llegar a compartir deseos y sentimientos, pues, cuando se lo pretendía, ella era un todo. Un antes y un después literal.
Cuando su perfume, absolutamente distintivo, circulaba por el ambiente, se lo percibía como un miedo frío que recorría la espalda. La atmósfera cambiaba y el aire se contaminaba de su gen malvado. De a ratos hacía volar y perder en el ensueño de la experiencia, para dar lugar a la caída, y una vuelta a la realidad un tanto distinta.
Cualquier mujer que se le enfrentara podría sufrir la más dulce de las derrotas o la peor de las pesadillas.
La más dulce consistía en ser destruida por sus músculos, como lo verificaba a simple vista su particular aptitud tanto física como genética, pues hacía temblar a multitudes con solo darle tono a sus bíceps. En el peor de los casos, podrían llegar a ser victimas de su arma más letal, su propio desenfreno sexual.´
Estaba ahora posando, pues ella no descansaba nunca. Haciendo más llamativa su propia presencia, a tono desvergonzado, luciendo una pollera cortísima que sus piernas no merecían. Su propósito al descuido era una experiencia que invitaba al no se acerquen tanto que arde, e imponía ese respeto que tiene que ver con el miedo a ser devorado.
Todo se basaba, ahora, en la experiencia visual, y sin necesidad de zoom se hacían evidentes dotados contrincantes en ella, pero el despecho con el que hacía muestras de su inquietud lustrando la silla, era ya demasiado desmedido para los allí presentes tan atrapados para el que vendrá.
Agueda cantando el placer con monosílabos. Agueda enjugando la silla. Agueda haciendo hazaña la chanchada. Agueda y su fruto al descubierto. Agueda regalando al público su trofeo.

Pequeña anécdota de aquel que ve nacer el día colgado de la palmera

Érase una vez un hada que escapaba de lo que sin soñar imaginaba molestaría, sin pensar en lo que ofrecía su tierna decencia de andar, y de repente un cielo modelo, de celestes enriquecidos por un verde que de ratos resalta y mucho para terminar fundiéndose en lo más calido del arrollo en el que descansa, se percibe solitario y por momentos reaccionario a cuanta ocasión que pretenda por ambición, vender que creer a los espíritus del cosmos que frecuentamos adorar.
Cuando entre cucharadas de tristezas y tazas de alegrías, contemplábamos los enojos de un ojo que se cerraba rendido por el molestar de una mata de pelo moreno de ojos querer tapar, cantábamos las palabras de odio que brotaban de los rostros de los sordos reacios a hacerse camino al andar, aunque ojos más bellos ella no pudiera, ni quisiera, mostrar, y que demencia nos lleva a pedir clemencia para que nos deje de mirar.
Pintando lo burdo del absurdo es con derecho a penitencia lo que los santos cuentan de nosotros cuando nos sentimos culpables de la belleza con derecho a perpetuar, y saber que quisiera pereciera todo lo cruel y despiadado que es el mundo vagabundo y de largas canas llevar, cuando no aseguraría que vendría un diluvio de insolencias que evocan la inocencia de los jóvenes rostros de una nueva dinastía por penetrar, para reconocer con alegría que ese día vida mía no tardó tanto en llegar, y confesar con simpatía que sentía que mi poesía con estos versos logra terminar.

Resoluciones de soluciones

Ha llegado el momento de simpatizar con la idea de realismo. Siento que comprendo como el sísmico de toscos modales se apodera de nosotros para observar como nos cansamos de sufrir, y como nos construimos un aburrimiento existencial.
Porque todas las imágenes que nos muestra sufren un desenfoque que nos impide imaginar. Porque toda transparencia ha sido construida a semejanza del llamado de atención por una atención que no parece ni siquiera real.
Por eso me gusta, cada tanto, volver del abismo del que me sumerjo porque quizás no me queda otra, para contarles como ha sido mi viaje y de que estoy hecho. Pues considero que de lo todo no real reinante, que es lo único de lo que abunda que no daña, siempre hay sonrisas que nos simpatizan.
Ahora estoy virando la cabeza hacía otros textos que se encargan de contar lo que nos toca con palabras más honestas. Y, aunque a veces el mensaje se torne intrincado o se vea entre líneas, bien vale el ejercicio.