La chica que probaba ser lesbiana con la hermana down de su novio

Sabrina es de esas minas que mezclan bien eso de ser snob con querer vivir del arte. Pero aunque intente superarla, haciendo pasar su caso como de lo que ni tendría que haber escapatoria, hay algo en ella que incomoda.
Quizás sea su extraño molde, o esa base simple que quien sabe como sostiene, recubierta con despilfarros de tenacidad y rellena de palabras desmerecidas. Hay en ella una débil capa de orgullo a base de unas cucharadas nomás de actitud defensiva que poco aporta a la mezcla. El producto terminado es un extraño caso de deshonestidad.
De tanto en tanto se sabe, porque uno con ella se entera de todo, que se toma recreos personales. Los amontona y los nombra. Los convierte en anécdotas y se pierden en anhelos que jamás recuperará. Y me pregunto quienes son esos que se aventuran junto a ella en sus batallas alucinantes ya tan perdidas a mis ojos.
Lo cierto es que cuanto más reflexione al respecto, más palabras de desprecio encuentro y no es la idea de ignorancia que pretendo. A destino incierto, invierto unas pocas especias en esta salsa que revuelven otros, y me propongo no tener a probarla hasta no verme en la necesidad de verificar si está cocinándose bien. Esa salsa grasienta, que funciona como delegada ante otras a las que les espera un espíritu de jurados gourmet que jamás se atreverían a probar ésta que estoy empezando.