Ser o no ser

La simétrica sonrisa se reprodujo en los corazones helados de la gente de ese grupo, que por saberse moderno se vio desprovisto de una originalidad aparente, latente cuando debería y a la espera de mostrarse superficial en todo sentido. Unos a otros se miraban bajo la funesta mueca que se acostumbraba expresar. Rebeldes para la ocasión o simplemente uno más de los típicos mitos incurables que la sociedad moderna nos sabe manifestar. Mitos al fin porque tienen quien los alimente.
Estoy yo parado viendo como poder desenroscarme la soga que intenta atarme, cuando me dicen, a eso que bajo la concepción de muchos es lo que se debe hacer realmente por no pecar de asociable, por tener esa puta manía de fijarme en el que dirán de los que sin sentido moral se expresan a niveles incalculables, justificando la rabia e intolerancia que poseen.
Pero también me hallo sumergido por el dedo inescrupuloso de ese que se sabe raro a costa de hacerse conocer, y pienso, que sentido tiene ser diferente y alcazanzar el reconocimiento si existen fuerzas que nos transforman de sujetos a objetos para poder definirnos y estudiarnos. Nos someten e imponen una imagen y ya pasamos a ser objetivo victima de ser reproducido.
El eterno caso del sujeto que intenta volverse indescifrable a costa del sentimentalismo, superando la mismísima barrera de la inconciencia, poniendo en riesgo al asumir la imagen pública, queriendo ser único, el disfrutar de su propia compañía y de la de otros que, por razones estéticas, comprenden aquello impensadamente personal e insuperable. Y anhelo el sopor de largas noches de reconocimiento, un silencio por una palabra mal ubicada, una sinfonía que perdura en el tiempo, pienso y la imagen de lo que yo quiero ser se parece mucho a mis amores platónicos. Al principito, tan sabio, incontrolable e inquebrantable de espíritu y de fe. Tan austeramente solitario, tan asociado, tan estéticamente inhumano.